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Qué hacer con las ideas de Platón

Qué hacer con las ideas de Platón

Supongamos que a Sócrates (me refiero a Mamerto Sócrates, corrector tipográfico) le entregan un libro de un millón quinientos mil espacios para corregir en una semana. Supongamos que es agosto (tórrido verano en el hemisferio boreal) y que el título del libro es Historia de la Filosofía.

Entre el calor y la cita introductoria que reza «La Historia de la Filosofía (así, en letra cursiva) tal y tal y tal…» firmado Hegel (a secas) –un autor que, por cierto, Mamerto descubrirá que no es uno de los filósofos estudiados en el libro–, Sócrates empieza a calentarse. Se calienta además porque, como en general los correctores tipográficos (escritores frustrados los más), Sócrates tiene muy poco sentido del humor, y porque las características de la cita (como si Hegel estuviera citando este mismísimo libro) le hacen sospechar que el autor de Historia de la Filosofía es un «peazo de filósofo».

Mira unas páginas adelante y descubre que todos los capítulos, dedicados más o menos cronológicamente a los filósofos preferidos del autor, van encabezados por citas similares, a veces en letra redonda, a veces en letra cursiva, a veces en redonda entre comillas, a veces en cursiva entre comillas (algo que horroriza especialmente a Sócrates), a veces en redonda en un cuerpo menor, a veces en cursiva en ese cuerpo menor u otro; a veces en un cuerpo menor, redonda y comillas; y a veces (era de esperar) cuerpo menor, comillas y cursiva.

Por supuesto que todas estas citas van firmadas con el apellido; el apellido y el nombre –para que puedan ser alfabetizadas con facilidad (supone Sócrates, aunque luego no encontrará ninguna oportunidad en que esto se intente con algún propósito)–, el nombre y el apellido, o el nombre o el apellido solos… El apellido en versalita y el nombre o nombres en redonda o viceversa, o apellido y nombres en versalita o en cursiva o en redonda, etc., sin olvidar, cada tanto, la versalita cursiva. «El autor del libro –masculla Sócrates mordiéndose un codo–, como buen "peazo de filósofo" que debe ser, sospecha que, entre todas las variantes que nos ofrece la ortotipografía, habrá una que será la correcta, y no quiere perderse la oportunidad de acertar por lo menos una vez.»

Supongamos que Sócrates trabaja para una editorial que en su día fue de las más serias y prestigiosas de la ciudad de Barcelona, pero que, a partir de un nefasto momento de su historia (de la historia de la editorial, claro, no vamos a detenernos ahora en la historia de Mamerto Sócrates) cayó en manos de un pulpo multinacional dirigido por individuos inescrupulosos provenientes del mundo del fútbol y la especulación inmobiliaria. Supongamos que, en la actualidad, los autores que publican en esta editorial se pagan ellos mismos la edición de sus trabajos, y supongamos que estos autores son eméritos profesores de la universidad, por lo que sus sufridos alumnos no tienen más remedio que comprarse, sí o sí, esta Historia de la Filosofía escrita por este «peazo de filósofo».

No nos olvidemos que a profesores eméritos de universidad «no se les puede tocar nada», como dice el Jordi, editor de la colección que reúne estas eméritas obras, y someter al examen de un corrector de estilo los inmaculados originales que se traen bajo el brazo significaría una ofensa. En una ocasión, Sócrates decidió tomarse al pie de la letra eso de «no tocar nada» pero el Jordi lo paró en seco con un «Mamerto, no te hagas el listillo».

Supongamos, entonces, que Aristóteles (en este caso, el filósofo) «es amigo de Platón pero más amigo de la Verdad» y que san Agustín («ese pillo», se dice Sócrates) más amigo de Platón que de Aristóteles… y que el autor de Historia de la Filosofía es muy amigo de san Agustín y quiere manifestarlo en el uso de las iniciales mayúsculas, pero no sabe si hace bien. En ese caso, tendremos al demiurgo y al Demiurgo, a la providencia y a la Providencia, a los santos padres de la Iglesia y a los Santos Padres de la Iglesia; también tendremos la ilustración y la Ilustración, al anticristo y al Anticristo, al superhombre y al Superhombre… pero seguro que nunca el Comunismo o la Revolución. A Mamerto Sócrates le parece irresponsable, en un libro que habla sobre filosofía, dejar libradas estas cuestiones tan subjetivas al criterio del corrector tipográfico, pero ¿cómo expresarlo sin recurrir a la impertinencia? Tal vez debería hacer como Descartes que, para no experimentar el disgusto de saborear un olor a asadito proveniente de sus propias carnes, siempre comenzaba sus escritos demostrando la existencia de Dios: «Si Dios es la suma de todas las perfecciones –decía– entre éstas tendrá que estar la de la existencia».

Para concluir, supongamos que el autor de Historia de la Filosofía ha resaltado cada tanto en letra negrita, al azar, algunos vocablos y conceptos para sugerir que no sólo es un «peazo de filósofo», sino también un «pedagogo de la Hostia». Alguien que dé una mirada al texto desde un metro de distancia, o más, pensará que se trata de un texto lujoso en lecturas, miradas y matices, pero no sospechará que utilizar correctamente este recurso pedagógico significa, casi, escribir un nuevo libro. Por fortuna para el autor, a menos de un metro sólo se acercarán los sufridos estudiantes de la universidad, ¿o es que espera que este nuevo libro se lo escriba Mamerto? En ese caso, el autor de Historia de la Filosofía podría demostrar que, además de un «peazo de filósofo» y un «pedagogo de la Hostia» también es un «literato del Copón».

Pero nos hemos alejado del tema principal: ¿Qué hacer con las ideas de Platón? ¿Con inicial mayúscula?, ¿en cursiva?, ¿entre comillas?, ¿alguna combinación de diacríticos? Sócrates lo tiene claro, mientras no haya peligro de confusión entre las ideas que se le puedan ocurrir a Tal o Cual y el mundo ideal cuya existencia paralela al material proclama el filósofo griego –un mundo de las ideas que deberá incluir también a un escritor Mamerto Sócrates arquetípico: bienhumorado, joven, bien pagado y tomándose vacaciones en agosto– redonda, fina y minúscula que te criaste.

4 comentarios

Anónimo -

¿que pesa mas un kilo o un litro?

Oliveira -

PRIMERA PÁGINA DE LA,
HASTA HACE POCO,
EXTRAVIADA PARABOLA DE CORRECTO
(o “Pasticheando a Vernieri”)

Correcto era corrector.

Un correcto corrector, un hombre correcto a todas luces.

Un corrector sin sombras, por lo tanto.

Acostumbraba corregir a diestra y siniestra, con corrección, claro.

Era difícil escuchar de sus labios “correcto” como respuesta.

Generalmente acostumbraba contestar: “no es correcto”. Y a continuación sonreía con su cordial sonrisa, que corregía una ligera asimetría de sus rasgos, de manera que, por fin, Correcto se veía correctamente armónico en términos faciales.

Correcto era retraído, pero no era rellevado.

Correcto era asmático, pero nunca prismático.

Correcto era albino, en ningún caso salino.

Correcto era recto.

Correcto correteaba alborozado cuando se corregían los decimales errados en una estadística publicada recientemente.

Correcto, ya lo hemos dicho, era corrector, pero no co-rector.

Era correcto y con recto.

Era concreto. Soñaba con Creta. Comía croqueta. Desdeñaba la raqueta. Hacía apología de Zubin Meta.

Correcto era un dechado de virtudes, de similitudes, de correctitudes.

De hecho, la correctitud de Correcto era directamente proporcional a su rectitud.

Era correcticiamente hablando, un correctísimo correcteador de correcteables y correcteados.

Correcto era impagable, e incobrable, e incontrastable, e invariablemente decente, aunque turgente; desmedidamente arborescente, melifluamente delicuescente, analógicamente decadente.

Correcto era intangible, intratable, insobornable, insatisfascible, inestable, con chaparrones aislados, con empaque, con ambages, con rodajes y carruajes.

(Hasta aquí llega el contenido de la primera página de la, hasta hace poco, extraviada Parabola de Correcto. El resto del texto lo volvió a extraviar el corrector.)

Mamerto -

Prueba