La llave
Hace unas noches, soñé que recibía visitas.
Se armaba una reunión y se hacía necesario abastecerse de víveres.
Dejaba a mis amigos solos en casa mientras bajaba a comprar algo con que agasajarlos.
Al regresar, en la puerta del edificio coincidía con otro amigo que venía a unirse al evento.
Subíamos juntos en el ascensor.
Entrábamos en casa y, durante mi ausencia, se había unido más gente a la fiesta.
En el balcón, unos hombres semidesnudos, musculosos y maquillados, comenzaban a moverse al compás de una música sinuosa.
Había gente hasta en la cocina, sede de incipientes romances y conversaciones filosóficas.
«¿Cómo pude haber llegado a esto?», me preguntaba, inquieto, mientras escuchaba que alguien introducía una llave en la puerta de casa y, acompañado de más personas, la abría y entraban.
Se trataba de un antiguo amigo, de esos que se han ganado mi amistad gracias más a su simpatía que a un auténtico conocimiento mutuo.
–Pero ¿cómo es que tienes mi llave? –le preguntaba, absorto.
Él me miraba sorprendido, antes de responder:
–Todos tenemos tu llave.
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