Blogia
Grandes Amaestradores de Psiquiatras

No más de veinte pelotitas de espejo

A Mariana

Confiado en experimentar un sueño lúcido, siempre me prometía que la siguiente vez que soñara que estuviese soñando procuraría tomar el timón de mi sueño.

Llegada la hora una noche, Rosita (que a mi lado iniciaba un sueño normal) se convirtió en una burbuja rosada que emitía una luz suave y se alejó a velocidad constante como atraída por una especie de ciudad lejana, una ciudad hecha de luces de todos los colores y dimensiones, colocadas en el espacio como respetando un orden.

Yo me había convertido en no más de veinte pelotitas de espejo, que reflejaban un universo infinito de color azul marino y sin estrellas, por lo que las pelotitas (yo) eran invisibles.

Podía, sin embargo, desplazarme en cualquier dirección: mi voluntad (que residía en algún lugar del vacío entre todas las pelotitas) iba primero, y ellas, describiendo siempre diferentes y hasta a veces caprichosas trayectorias, terminaban siguiéndome.

Fui de aquí para allá extasiado con la sensación de ser dueño de una libertad infinita, hasta que algo me hizo aprender que, aún en esa inmensidad, no estaba solo: otras veinte pelotitas de espejo, que reflejaban también ese universo infinito de color azul marino y sin estrellas (y también a mí, a mi invisibilidad), gobernadas por una voluntad femenina (lo intuí por la cadencia con que se movía en el éter), se mezclaron, combinaron, entreveraron, complicaron, confundieron y promiscuaron conmigo.

Pero el juego pronto nos aburrió (a ella antes que a mí) y nos alejamos en pos de destinos diferentes.

Fue entonces cuando me desperté, tal vez porque había terminado de recibir el mensaje del sueño:

El amor no puede ser hecho fuera de este mundo.

7 comentarios

Vernieri -

Muchas gracias, está usted en todo [¡qué cruz!].

Leonor Gafas -

Recientemente, he visitado el sitio de la Real Academia Española y ¿mire de lo que me he enterado?:

AVISO

La palabra "onirología" no está en el Diccionario.

Se lo notifico por su bien. Reciba mis saludos

Leonor Gafas -

No la moleste. Si se está divirtiendo...

Vernieri -

En literatura podría tener usted razón, pero en onirología bien pudiera ser que Rosita, al partir hacia aquella "ciudad hecha de luces de todos los colores y dimensiones, etc.", decidiera llevarse a la ciudad consigo, dejando el éter "...de color azul marino y sin estrellas". ¡Qué manía, la suya de querer intervenir en los sueños de los demás! Y hablando de Rosita, ahora está en la habitación de al lado viendo "Expediente X". ¿Quiere que la llame? Seguro que le encantará conocer a la que dice haberse "...mezclado, combinado, entreverado, complicado, confundido y promiscuado conmigo". ¿La llamo?

Leonor Gafas -

Tomo nota. Pero, dígame una cosa: si Rosita "...se convirtió en una burbuja rosada que emitía una luz suave y se alejó a velocidad constante como atraída por una especie de ciudad lejana, una ciudad hecha de luces de todos los colores y dimensiones, colocadas en el espacio como respetando un orden" y usted era "...no más de veinte pelotitas de espejo, que reflejaban un universo infinito de color azul marino y sin estrellas, por lo que las pelotitas [usted] eran invisibles", ¿cómo es que usted no reflejaba esa "...ciudad hecha de luces de todos los colores y dimensiones, colocadas en el espacio como respetando un orden" ni a la burbuja rosada [Rosita]? ¿Eh? Reciba mis respetos.

Vernieri -

¿Otra vez por aquí? ¡Qué alegría! Le diré una cosa: El que soñaba era yo, y le puedo asegurar que usted no estaba. Reciba un saludo.

Leonor Gafas -

No estoy segura, pero creo que las últimas veinte pelotitas era yo.