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Grandes Amaestradores de Psiquiatras

Tres tristes textos como para Trejo

Tres tristes textos como para Trejo

Este ojo que mira…

…con tristeza al caminante, desde quién sabe qué recóndito paraje natural, ¿es de animal?, ¿de personaje incógnito?, ¿de celeste tripulante de una nave espacial llegado recién del planeta rojo?

No mira con enojo, no hay ira en este ojo intrigante que despieza el talante más indómito.

Mira bien, no mira mal. Mira y mira a quien lo mira con coraje y entereza y lo deja de una pieza, al borde del vómito, para el reciclaje lo deja.

Y eso es normal porque el ojo se queja, se queja atónito del despojo bestial del paisanaje, se queja de esta vida y su crudeza tan borde y doliente.

Mi vieja, al emprender el viaje, tenía una mirada semejante, acorde con la del ojo del personaje, sea viajante sideral o animal sufriente.  

Toda tortura sienta mal…

…hasta la que se practica con mesura.

La más dura es la que se practica hasta el basta.

Basta con practicar esta tortura para que se sienta toda la locura nefasta de esta práctica bestial.

El bestia que durante la siesta practica la tortura como táctica, en la práctica, es un animal de piel dura. 

Cuando medito sobre el futuro…

…tan duro, tan pobre, tan maldito… me deprimo sin remedio.

Mi medio-primo, Aldito, el pobre, es más maduro meditando; por eso en el laburo lo ponen al mando.

Mandando, Aldito tiene peso, es espeso como un muro de cobre.

No como yo, que soy duro y no imito a mi primo-medio: me pongo tieso, me irrito y me deprimo sin remedio.

Sobre Mario Trejo

Fumar puede matar la inocencia

Fumar puede matar la inocencia

No sé si fue el primero, en ese baldío de tierra y latas vacías, aquel cigarrillo sin filtro de una marca que ya no existe. Podría haber sido el sexto o el séptimo… Digamos que fue el séptimo para cerrar la idea de perfección, de perfecta pérdida de la inocencia. Y digamos que, además de tierra y latas vacías, había piedras de distintos tamaños.

Fumar puede matar, provoca cáncer, deja estéril, daña seria e irreversiblemente la salud. Recién comenzaba a vivir, todas mis células estaban inmaculadas; técnicamente hablando, la vida que hubiera podido dar se habría reproducido hasta llenar el universo. El baldío era de tierra clara, casi sin humus; las latas estaban oxidadas; las piedras eran trocitos de azulejos, ladrillos redondeados de tanto rodar, pedazos de mampostería.

El tabaco aún sin quemar tenía un olor dulce, como a pasas de uva; al acercarle un fósforo, se desprendió una nubecita de humo riquísimo, celeste. El baldío estaba rodeado de paredes descascaradas y manchadas de humedad. En algún momento, alguien, tal vez para jugar un partido de fútbol, había intentado acumular las piedras, las latas, algunos diarios viejos, la cáscara reseca de una naranja muerta desde quién sabe cuándo, junto a un rincón en donde las hormigas laboriosas hacían sus quehaceres; pero el tiempo, a las patadas, había vuelto a esparcirlas por todo el solar.

Llené los pulmones de humo como si fuera Humphrey Bogart interpretando un Marlowe que acaba de resignarse a que la chica a la que amó no es honesta; un poco de mareo, de asco, de placer… ¿ya se insinuaba, tal vez, la condenación de mi alma? La tierra del baldío no era completamente estéril –ninguna tierra lo es–, aquí y allá, habían brotado unas florcillas azules.

El sol de la siesta siguió resecando, convirtiendo en polvo, la cáscara de naranja muerta desde quién sabe cuándo; los trozos de azulejos continuaron dividiéndose y subdividiéndose hasta transformarse en chispitas malsanas; los ladrillos, redondeados entonces, hoy ya ni deben existir, y ni hablar de los trozos de mampostería que quizás un día formaron parte de la cabeza regordeta de un angelito. Literalmente como una nube que pasa, como un ínfimo fragmento de una vida que nace, transcurre y se extingue, como un recuerdo definitivamente irrecuperable fue consumiéndose el séptimo cigarrillo de mi vida. Ese cigarrillo que, cuando estaba prácticamente agotado, casi a punto de quemarme los dedos, apagué hundiendo, inmisericorde, bien adentro del cáliz de una florcilla azul.

Puedo jurar que el delicado ser dejó escapar un gemido antes de entregar su alma de flor, y Dios, indignado, le abrió de par en par las puertas del Paraíso –sublime, sin duda, el Paraíso de las flores recién nacidas–. La mía, en cambio, desde aquel momento, rueda y rueda el inacabable camino del abismo.

Mujeres y romanas

Mujeres y romanas

El hecho cada vez más frecuente de que haya mujeres militares no creo que contradiga lo que día a día se demuestra con más evidencia: las chicas son mucho más civilizadas que los chicos. «Civilizadas», de «civil» (sociable, urbano, atento) y de «civilización» (estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzadas por el nivel de su ciencia, artes, ideas y costumbres). Si es verdad que para «elevar el nivel cultural de sociedades poco adelantadas» y «mejorar la formación y comportamiento de personas o grupos sociales» (las dos acepciones del verbo civilizar) la generalización de la lectura es un requisito ineludible, basta hacer un corto viaje en el metro o en algún autobús urbano para darse cuenta de que, si algún pasajero está leyendo un libro, tendrá que ser un pasajero del sexo femenino. Los chicos, como mucho, hojearán algún periódico deportivo (rara vez leyendo los textos, más bien mirando las fotografías).

Quien, para lo que sea –un mensajero que debe entregarle un sobre a una profesora, por ejemplo–, tenga la necesidad de visitar un claustro universitario notará de inmediato que la población del mismo es mayoritariamente femenina; y esta realidad no es exclusiva de los países llamados del Primer Mundo, un reportaje sobre Irán que pude ver recientemente en televisión muestra cómo las aulas de la Universidad de Teherán están habitadas también, en su mayoría, por chicas, chicas cubiertas de arriba abajo con oscuros ropajes. En toda actividad en la que sea necesario pensar, predominan las chicas.

En la Antigüedad, para ser considerado una persona «civilizada», simplemente había que saber griego o latín. En lo que respecta al latín, esta circunstancia poco o nada ha cambiado. Casi no hay estudio en cuya profundización uno no deba topar con la lengua de Virgilio. Tengo que confesar que, así como, de puro vago, a lo largo de la vida fui dejando pasar la oportunidad de ser inteligente –aprender matemáticas desarrolla la inteligencia– y de realizar valiosas obras artísticas –estudiar música desarrolla la paciencia y la sensibilidad que son necesarias en el acto de creación–, también dejé pasar la oportunidad de ser verdaderamente civilizado al no disponer, en su momento, de la inteligencia, la paciencia y la sensibilidad de estudiar latín como Dios manda.

Y como todas estas carencias han delimitado el techo hasta donde puede desarrollarse mi sencillo cerebro, me consuelo visitando el blog Mujeres de Roma, creado por Isabel Barceló, una civilizada escritora valenciana cuya inteligencia, paciencia y sensibilidad se plasma en la descripción apasionante de las vidas de otras mujeres, que vivieron en otro tiempo, en el tiempo de la república y del imperio romanos. Leyendo estas maravillosas biografías se aplaca mi bárbaro temperamento y me humanizo. Qué mejor regalo puede brindar a este mundo cada día más salvaje un alma generosa que dice de sí misma: «El momento más feliz del día es el que dedico a escribir. Estoy fascinada por Roma, una ciudad única en el mundo occidental, y empeñada en que se recuerde a sus mujeres, que es como recordar a todas las mujeres del mundo».

Bueno, ahora los tengo que dejar porque está por empezar el partido.

Rescatar del olvido a las más olvidadas

Isabel Barceló

Se viene la buena nueva

Se viene la buena nueva

Hola, amigos. A mi correo electrónico acaba de llegar esta misteriosa cadena enviada, ni más ni menos, que por la Virgen María. Como habla de temas muy importantes, he decidido compartirla con todos ustedes.

Queridos hijos:

Sonreíd, alegraos, poneos a saltar de felicidad porque se viene la buena nueva. Tan buena es la nueva que, cuando se la transmití por medio de una de mis siervas al anterior papa Juan Pablo II, el Santo Padre se puso primero amarillo, después blanco, después violeta, después azul, después devolvió el yogur que había desayunado y a continuación… Dios se lo llevó consigo.

La buena nueva consiste en que Nuestro Señor, en su inmensa misericordia, permitirá que el granizo, las inundaciones, los terremotos, las enfermedades, la guerra, la delincuencia, el pánico, la desesperación, toda la discografía de Julio Iglesias y muchos otros males que mi imaginación no puede concebir (pero que si pudiera no dudaría en agregar a esta lista) destruyan la Tierra poco a poco. Mi Hijo es bueno, pero cuando se pone cabrito…

Seguidamente, ocurrirá lo peor. Estén atentos a las señales: ocurrirá en una noche muy muy pero muy oscura y muy muy pero muy fría en todo el mundo. Esta señal será difícil de reconocer en las partes de nuestro planeta en que sea invierno y de noche, pero en las que sea verano y de día constituirá un indicio inconfundible de que se acerca el fin.

De repente, la tierra empezará a temblar como si se hubiera desencadenado un terremoto –lo que será normal porque se habrá desencadenado un terremoto de la Hostia–; los domicilios de los malvados se derrumbarán, pero los de la gente piadosa se mantendrán milagrosamente en pie –por ejemplo, si un testigo de Jehová vive en el piso 25 y un maldito comunista en la planta baja del mismo edificio, la planta baja se derrumbará y en el piso 25 seguirán viendo Sex in the City sin enterarse de nada–; el eje de la Tierra se desplazará primero 30º a la derecha, después 60º a la izquierda, después 90º hacia arriba, después 120º hacia abajo y, para finalizar, retornará a su posición inicial. Un tercio de la humanidad morirá del mareo, y los que sobrevivan se pasarán el resto de sus días tomando Sal de Fruta Eno.

Acto seguido, vendrán tres días de oscuridad en los que es muy importante que sigáis estrictamente estas recomendaciones: Encerraos en vuestros hogares y clausurad puertas y ventanas; encended velas que hayan sido bendecidas únicamente por sacerdotes preconciliares o compradas en negocios que pertenezcan a miembros del Opus Dei; si alguien del exterior os pide entrar, haced oídos sordos, y si lo intenta por la fuerza, procuraos un objeto contundente y golpeadles con saña en sus partes nobles –al golpear, debéis procurar hacerlo con el corazón abierto y henchido de solidaridad, porque no podrán sobrevivir los faltos de caridad hacia el prójimo y los que no se amen unos a otros, como mi Hijo os ha amado.

No se os ocurra asomar la cabeza al exterior. No seáis curiosos. Dios es muy vergonzoso y no le gusta que los justos le miren cuando da rienda suelta a su ira divina y se dedica a despanzurrar a los pecadores, prefiere que los acontecimientos sigan su curso normal y que parezca un accidente.

Además, durante esa noche de horror, deambularán por las calles tenebrosas seres oscuros, alados y gomosos que intentarán pasaros el porro y daros besos con lengua.

Vosotros, encerrados en vuestras casas, no la podréis ver, pero esa noche aparecerá en el cielo una gigantesca cruz formada por luces de colores –los judíos verán una estrella de David– y debajo la inscripción «The End», lo que quiere decir que habrá llegado el fin de los tiempos.

Por eso os digo que, si sois gente piadosa, copiad este mensaje y enviadlo a todos vuestros contactos. Si así lo hacéis, viviréis felices en el Cielo toda la eternidad.

Estáis avisados.

Nieve en Badajoz

Nieve en Badajoz

En este momento, son las dos cincuenta y nueve.

Llueve y ni cuenta se da el Dios celeste de este vaivén terrestre atroz.

Es más, consiento que este viento zumbón y pertinaz, a Dios, ni lo conmueve.

Nieve cayó aquí, en Badajoz. Ni paz ni perdón: desaliento, peste, desdén…

Para quien deteste el sufrimiento, con mi más precoz frenesí, escribí, audaz, mi cuento agreste, que es éste, bien breve:

«Llueve, sopla el viento, cayó nieve en Badajoz –a Dios le importa un pimiento– y son las tres.»

¿No te conmueve?

Una especie de edelweiss

Una especie de edelweiss

–Hola.

–¡Hola, Margarita! Una pregunta: ¿Qué clase de flor eres?

–Bella… alta… blanca…

–Una especie de edelweiss.

–¿Lo qué?

–Ha sido una maravillosa experiencia entreverte.

–«Entre-verte»… ¿qué es eso?

–Del verbo «entrever».

–Ah… sí… okay.

–…yo entreveo, tú entrevés…

–…nosotros entrevemos. ¿A qué te dedicas?

–¿En este momento o en general?

–En general.

–Más que nada, trabajo.

–¿En qué?

–En la industria editorial.

–Ah… qué bien.

–¿Quieres que te edite algo?

–¿Como qué?

–Un libro de poemas… una novela…

–En todo caso, ya te avisaría.

–Ve pensando. Y tú, ¿a qué te dedicas?

–Soy profesora de Arte.

–¡Qué profesión más armónica!

–No toco la armónica, pinto.

–Te editaremos una colección de grabados. ¿A qué altura pones el caballete?

–172 (que es mi altura).

–Bella, blanca, alta… mides dos centímetros más que yo.

–Es decir que eres gordo y bajito.

–No creas. ¿Conoces el David de Miguel Ángel?

–En foto.

–Yo soy algo así pero con los brazos más cortos.

–¡Oh, qué bello! ¿Eres un Adoni?

–Ése es mi hermano. Y además no soy tan bello.

–¿No?

–Te he dicho que «con los brazos más cortos». Mucho más cortos.

–¡Ufff!

–…cortísimos. Pero, eso sí: unas manos delicadas.

–Okay.

–No me des la razón como a los locos.

–Perdona… tienes razón.

–Bueno, Margarita, ha sido un placer entreverte… del verbo «entrever».

–Igualmente, Jorge Luis. Muy bello tu verbo.

–Que sigas siempre así de espigada.

–No creas, soy bastante ancha.

–Como Castilla.

–Pero alta y esbelta.

–Como Chile.

–Algo así.

¿Es así?

No sé bien qué ha ocasionado que te pongas así, tan enfadado, tan fuera de ti. Si fuera por mí, habría olvidado todo lo que sé; y si porque sé lo que sé es que estás enojado, bien sé que, aunque sólo fuera por ti, por tu bien, como te dije recién, todo (no importa quién ni qué) quedaría olvidado.

Pero, por favor, te pido que no seas rencoroso, demencial, intratable; sé amable, cordial, cariñoso, un amigo seguidor y sincero.

Espero (con amor te lo digo) tu gozo total, interminable, y que me tires un cable si al final, con paso temeroso, me desvío al error y voy a parar a un agujero.

Severo es vagar sin amor en el vacío tenebroso, paso a paso, hacia un berenjenal insondable; deja un recuerdo imborrable, bestial, como el zarpazo pegajoso y frío del mar traicionero.

Di si, así como fui, no intuí más que vi todo lo que hay en ti de mí y en mí de ti.

¿Es así?

Anahí

Pecado nefando

Hoy me dijo, interesado, Eloy: «Te noto ensimismado, poco locuaz, ¿no estarás mamado?, pareces un cowboy, te vendo este libro de Tolstoi».

Veraz observación, la de Eloy. Como dice la canción, hoy ni paz tengo, no sé ni quién soy, a dónde voy ni de dónde vengo. ¡Si supiera al menos qué pretendo!

¿Qué me estará pasando?, ¿estaré endemoniado?, ¿habré cometido algún pecado nefando? ¿Cuándo?

Ya sé, fue hoy, cuando me estaba bañando. Y no fue un pecado, fueron dos (¿se habrá enterado Dios?).

No creo, tiene mucho trabajo atrasado castigando a los ateos.

Y además está viejo. No hace otra cosa que mirarse en el espejo pensando:

«No soy nada feo, ¿estoy muy errado o parezco un pendejo?».